LIBRO HISTORICO Y CURIOSO - Telam
En "Vivir la muerte", Ricardo Lesser reúne anécdotas porteñas entre los años 1610 y 1810, que reflejan las ideas sobre la defunción en aquella época. El autor recorre hechos muy cruentos de la medicina como, por ejemplo, la existencia de los ‘despenadores’ que ejercían una eutanasia disfrazada.El libro "Vivir la muerte", de Ricardo Lesser, reúne un corpus de anécdotas de la colonia, entre 1610 y 1810, que reflejan con fidelidad la idea de la muerte en esa época, donde uno se preparaba para transitar ese momento con el convencimiento de una vida más allá.
Este volumen forma parte de una trilogía de la cual ya se publicó "Historias de amor y sexo en la colonia", "que trata del amor erótico, este volumen sobre el cuerpo tanático y un tercero sobre el que estoy trabajando sobre el cuerpo sensible", contó a Télam el autor.
El conjunto de estos tres libros dan cuenta de los cambios que se han dado en el cuerpo desde los tiempos coloniales hasta nuestros días. "Resulta interesante revisar -consideró Lesser- qué pasa hoy con el amor, la muerte y los sentidos.
Para la historiografía convencional "las fuentes principales son los testamentos, los ritos, pero lo que no está presente es la trayectoria del cuerpo. Un cuerpo profundamente intervenido por la idea de Dios, que en el imaginario social de ese entonces era la categoría fundamental".
"En esta otra mirada, que no hace estadísticas ni produce documentos, se va a buscar el sentido de esa muerte. La tapa del libro es muy clara: un cortejo fúnebre, pintado por Pedro Figari, visto desde la arcada de alguna institución religiosa porque la única manera de ver la muerte era desde la idea de Dios".
En el primer capítulo irrumpe la idea de la muerte como un rito de paso: "Domingo de Acassuso (fundador de la iglesia San Nicolás de Bari), un hombre ya mayor, con obras pías -lo que no quiere decir que no fuera un admirable contrabandista- se muere al caer de un andamio en la iglesia. Y yo comparo esa muerte con la del obispo Manuel Azamor y Ramírez, que agonizó y sufrió mucho antes de morir".
"La muerte preferida en esos días era la del obispo porque pudo prepararse para un buen morir. Había mucho miedo a la muerte súbita. Algo totalmente inverso al deseo actual de un no darse cuenta que uno se muere. Antes se moría en la casa y en la cama, no en la sala de terapia intensiva de un hospital", apuntó Lesser.
En ese itinerario colonial de la muerte, el autor hace foco en algunas cuestiones que rodeaban ese paso. Un tránsito que a veces era muy cruento ya que la medicina estaba en un estado primitivo y tuvo un desarrollo en las Indias mucho más lento que en Europa.
La gente se moría a temprana edad y enfermedades como la viruela, la fiebre amarilla, hasta un simple resfrío causaban estragos en la población y el envenenamiento por razones políticas no era reprochable en esos días.
Había una alta mortalidad infantil -superar la primera semana de vida era todo un prodigio- y la vida de los infantes se privilegiaba por sobre las madres parturientas.
Una de las cosas notables en ese Buenos Aires precario -relata Lesse- "es el empaque, la etiqueta muy rígida de la clase principal. Este envaramiento de los cuerpos se trasladaba a la muerte. Y la iglesia alienta esta corriente que viene de Madrid, convalida el poder terrenal y consagra el poder monárquico".
"La Iglesia es el lugar donde se entierra a los muertos, con sitios jerarquizados como cerca del coro o del agua bendita, los más codiciados. Y esto correspondía al lugar de esa sociedad estamental en la que el dinero era muy poco importante comparado con el honor y el prestigio", explicó el autor.
Pero más allá de la rigidez eclesial, en esa ciudad ubicada en el fin del mundo, muchas cosas se desdibujaban al llegar a las orillas del Río de la Plata. El caso de la Inquisición que nunca prendió con fuerza en el lejano Buenos Aires, donde las distancias eran gigantescas, y en el campo la muerte era más natural.
Entre la infinidad de anécdotas, que ilustran el texto, está la descripción de la figura del ’despenador’: cuando el moribundo ya no aguantaba el dolor, se ejercía una eutanasia disfrazada (como el quiebre del espinazo) para acelerar la muerte.
"En la guerra de la Independencia los jefes tenían un cuchillo para despenar -relató Lesser-. Era lógico. Y no creamos que eso se detuvo en la colonia, sino bastante avanzado el siglo XIX".
El último capítulo, que lleva por título ’La muerte de las palabras’, "tiene un propósito y es relativizar todo lo que dije en el libro -recién publicado por Longseller-. Cuenta de la mortificación como una estrategia cristiana para llegar al bien y a la salvación", especificó Lesser.
En sentido médico la palabra mortificación significa matar una zona del cuerpo para curarlo, "que es la idea de un cilicio, matar el deseo del cuerpo para llegar a algo más sublime".
"Pero no hay posibilidad de muerte en el cuerpo vivo. La muerte no tiene palabras, no se puede representar. La muerte es la muerte", concluyó.
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