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lunes, 26 de octubre de 2009

Maradona y el viejo Viscacha

lunes, 26 de octubre de 2009

Diario el UNO

Las insolencias del astro y sus ataques a periodistas exigen analizar su discurso pintoresco e hiriente. Inclusive, el lenguaje vulgar puede ser visto como una vía válida de comunicación

Ya sabemos que las palabras “pelotudo”, “carajo” y “mierda” fueron amnistiadas por Fontanarrosa en el Congreso de la Lengua, en Rosario.Ya no son lo que eran. “Atendamos a esta condición terapéutica de las malas palabras. Mi psicoanalista dice que son imprescindibles para descargarse… Pido una amnistía para la mayoría de ellas, vivamos una Navidad sin malas palabras e integrémoslas al lenguaje, que las vamos a necesitar”, comentó esa vez con humor el gran humorista.
Descubrió entonces el popular Negro que la polenta de “pelotudo” estaba en la letra te, “tudo”, la potencia de “mierda” en la erre, y que algunos cubanos decían “mielda” y eso explicaba el origen de los problemas de la revolución cubana: en la falta de … posibilidad expresiva.
Desde esta perspectiva veremos las expresiones recientes de Diego Maradona, con insultos que están dando vuelta el planeta y que pintan bien al emisor.

Que salga cortando
El viejo Viscacha daba consejos que podían no ser los mejores, y soltaba sus cátedras “cuando se ponía en pedo”.
“Después de echar un buen taco / ansí principiaba a hablar: / jamás llegués a parar / a donde veás perros flacos”, recuerda el hijo segundo de Martín Fierro, que le decía su tutor.
Se las sabía, el muy taimado. “Hacéte amigo del juez, / no le dés de qué quejarse / y cuando quiera enojarse / vos te debés encojer, / pues siempre es güeno tener / palente ande ir a rascarse”.
Viscacha es uno de los personajes logrados del Martín Fierro. En plena borrachera afinaba los consejos. “Las armas son necesarias / pero naides sabe cuándo; / ansina, si andás pasiando, / y de noche sobre todo / debés llevarlo de modo / que al salir, salga cortando”.
Diego Maradona parece haber aprendido de Viscacha, que sugería “no peliar sin puyones”, y en la noche del miércoles pasado, tras el partido que le ganamos por poquito a Uruguay, sacó la lengua como el viejo aconsejaba sacar el cuchillo de noche, cortando.
Boca sucia y lengua filosa. Pero las del Diego no fueron tanto palabrotas como guarangadas. “Vos también la tenés adentro”, dijo sin apelar a ninguna palabrota, pero la frase entra en el terreno del habla de los carreros, que decía Fontanarrosa.

Ataque al mensajero
No caben dudas: Diego Maradona fue un guarango. Y por su camino es difícil avanzar en el conocimiento más allá de la experiencia, porque sus referencias no parecen un buen vehículo para la abstracción.
Usó frases, imágenes, gestos impropios de la responsabilidad que asumió (o que no asumió), y atacó al periodismo con groserías que dan vergüenza ajena.
Enojado y provisto de una jerga llena de filos, Maradona ha tomado el lenguaje como el viejo Viscacha el cuchillo, para pelear, y para herir desde el arranque.

— Diego, Juan Carlos Pasman, estamos en vivo para América 24…
— Vos también Pasman, vos también la tenés adentro.
Maradona había acumulado broncas por los pésimos resultados del Seleccionado, y las descargó de una vez como un hachazo sobre los periodistas que tenía a mano, y que habían cuestionado las actuaciones de los deportistas, quién sabe con cuánta razón.
En Maradona explotó esa mezcla tan suya de ramplón y agentado, que venía erosionando su merecida fama de hábil futbolista, ya erosionada por los vicios incompatibles con el espíritu deportivo y algunas vivezas criollas, en las que hace punta con su compañero de dirección: Salvador Bilardo.
Es que el periodismo viene buscando las razones del desempeño anodino del equipo, que sorprende más si se observa cómo sobresalen los mismos jugadores en otros cuadros, en Europa. El caso de Messi. Por eso varios periodistas apuntaron de lleno contra el director técnico, y pusieron en dudas su idoneidad en esa función.
Diego se vistió de mal gusto a la enésima, y la verdad que ya ha viajado mucho y ha gozado de oportunidades, como para permitirse un lenguaje tan rústico. Hace rato que Maradona dejó de ser aquel ilusionado muchachito de barrio. Y es bastante probable que en su propia familia no se hablara de este modo, en la cocina, menos en una reunión social.
Quizá las expresiones fueron las que Maradona buscó. Pero es posible también que esas frases fueran las que encontró a mano. Y eso pondría atenuantes.
Aunque después de las bajezas verbales abusó de los gestos procaces, acompañándose de risas, burlas, al punto de tornarse indefendible. Para quien no lo vio: se llevaba repetidamente la mano cerrada a la boca, como quien comiera una banana, mientras gritaba “que la chupen”.
Maradona se mostró como enajenado, y es difícil atribuir esa reacción a un simple enojo del momento. ¿Puede una persona así estar al frente de un grupo que requiere altísimo nivel de concentración en sus objetivos, para competencias deportivas de las más exigentes?

Diego sorprende
El día que Diego Maradona fue designado DT de la Selección, algunos pensamos que podría sorprendernos con su vitalidad, su entusiasmo, y con alguna sabiduría que en esa función jamás había demostrado pero que, nos ilusionábamos, podía guardar como un tesoro. Nos equivocamos. Por lo que se vio y se oyó hasta ahora, Maradona no supera el entusiasmo. Aunque no está todo dicho.
Sin embargo, aquí nos queremos detener no en sus condiciones para la dirección técnica sino en sus maneras de manifestarse en público y destratar a los periodistas, esta vez con frases provocadoras.
Quizá la expresión inapropiada no fue la que él buscó a propósito sino la única que tenía en sus alforjas para expresar eso. ¿Podía Diego decir, en ese momento, lo que quería decir, con otros términos? Ahí está el meollo de la cuestión.
Porque si Maradona quería reprocharle algo al periodismo, por alguna razón, y no encontró otras palabras, entonces el problema no radicaría tanto en la agresividad de esos minutos, sino en su vocabulario, o mejor, en la jerga barrial que es compleja pero no admitida para la expresión pública.
El problema radicaría en su falta de versatilidad para acomodarse al lugar, una dificultad que tal vez arrastre desde hace mucho tiempo, y le esté jugando en contra. Es grave, pero atenúa un tanto la importancia de lo que dijo en ese momento.
Si una persona se siente atacada y está provista de un escudo, se protegerá con el escudo, y si en vez de eso tiene un fusil, usará el fusil.
Maradona luce un lenguaje pintoresco, lleno de imágenes, recursos espontáneos, rápidos, que echa mano a comparaciones creativas, y eso le da identidad. Uno ha gozado más de una vez con sus giros.
Es una jerga del barrio, del campito, una jerga que permite a muchos entenderse bastante bien, con códigos comprensibles, y que se usa bastante en muchos hogares argentinos, no necesariamente humildes.
Lo habitual es que las personas abandonen esa jerga a la hora de hablar en público, y cuando ejercen una representatividad, porque para ciertos actos se les exige otro lenguaje. ¿Posee Maradona otro lenguaje, para reemplazar al de uso vulgar? No estamos seguros. Deberían averiguarlo quienes están más cerca.
En caso de que no tuviera otras frases para manifestarse, Maradona se habría encontrado ante dos alternativas: callarse la boca, o usar los términos y los gestos que le son familiares y maneja a la perfección. Palabras, muecas, señas, guiños, que se complementan.
La voz, los ojos, la pera, las cejas la boca, las manos, los hombres, son las herramientas de Maradona, y de muchos de nosotros, para hablar. De modo que eso obliga a interpretar lo que decimos analizando no sólo las palabas. Porque la combinación de palabras y movimientos así como puede afilar el mensaje, también le lima a veces las asperezas.
No estamos en condiciones de abundar sobre esto, pero diremos que hay expertos en filosofía del lenguaje ordinario que debiéramos consultar, y seguro nos ilustrarían sobre los modos de un Maradona. La relación entre el lenguaje y el empleo que hacemos del lenguaje, la situación comunicativa que involucra al que habla y al que escucha, es el objeto de estudio de una disciplina llamada Pragmática.

Porque te quiero…
Expertos de la comunicación han demostrado que en algunas comunidades aborígenes, los hombres que se encuentran manifiestan su alegría con puñetazos e insultos. Y eso ocurre también en nuestra comunidad. Viejos amigos o compañeros que se ven, y se pegan un puñetazo sobre el húmero, o una cachetada, y se dicen ”qué hacés poronga, la puta que te parió, qué pelado que estás”, toda una muestra de confianza y de cariño. “Qué hijo de puta, cuánto hace que no te veía, pero mirá la busarda que tenés”. Cosas así, y peores, con el afecto a pleno.
Es común, en el lenguaje vulgar, entre hombres (principal pero no exclusivamente), el uso de expresiones violentas, escatológicas, procaces. Por ejemplo, un Fulano quiere decir: “no estoy de acuerdo con su visión del asunto y sus expresiones, pero puede continuar con esa idea y esas maneras que desde este momento me resultarán indiferentes, porque he observado que las razones que yo pueda esgrimir no serán suficientes para torcer sus prejuicios y esa mala voluntad que pone a la hora de escuchar mis fundamentos”. Y en lugar de eso, Fulano lanza este misil: “chupame la verga”.
Podía decir “qué me importa”, o apelar al italianísimo “me ne frega”, pero lo dice en argentino bruto, sin colchones. Saca el cuchillo, y sale cortando.
El origen de la expresión puede ser cualquiera, lo cierto es que la frase en sí tiene un significado muy distinto del literal.

Jerga futbolera
“Me ha tocado acompañar a la selección argentina en los partidos en Latinoamérica y el intercambio que hay en esos casos, de este lenguaje (palabrotas), es de una riqueza notable”, decía Fontanarrosa.
Hombre de fútbol, el rosarino asoció de entrada las palabras subidas de tono con el ambiente de las canchas, y a Maradona eso le sale por los poros. En la conferencia de prensa se comportó como se comportarían él y miles de hinchas en las tribunas: a lo guaso. Eso pone paños fríos, porque en ese ámbito las cosas que parecen filosas no lo son tanto, lo que parece sin retorno se supera luego con una charla.
Hay algo más: al mismo tiempo que pronuncia frases filosas, insultantes, Maradona hace gestos que van indicando otros mensajes. No es lo mismo leer lo que dijo, que verlo mientras habla. En un momento, por caso, el periodista le reprocha el insulto, y Maradona no se desdice con palabras pero sí relativiza un tanto las cosas con las cejas, con la cabeza, o amortigua un poco (sólo un poco) el martillazo con esta expresión. “No, no, yo te digo nomás. Hacé la pregunta, y un día, si querés, un día hablamos”.
¿Qué le está diciendo? Le dice que el asunto no es para matarse, que tiene solución, que él necesita explicar las cosas mano a mano, y quizá escuchar. “Si querés, un día hablamos”.
La cierta altanería en las respuestas no es permanente: Maradona en varios tramos hizo una fuerte autocrítica al funcionamiento, aunque no alcance, quizá, a ver allí errores propios y ajenos como causas, sino mejor los efectos, los errores del conjunto. “Te puedo asegurar que el segundo tiempo de Perú a mí me dejó triste por mí, por lo que pienso del fútbol”.
El problema que enfrentan algunas personas, y podría ser el caso de Maradona, radica en que el lenguaje llamado vulgar se impone y, llegado el caso, el hablante no encuentra con qué reemplazarlo de modo ágil y eficaz. Menos aún si está enojado, si sabemos que el enojo le cierra las puertas a la complejidad del lenguaje y es campo fértil para el exabrupto.
Conviene insistir aquí en que cierto lenguaje vulgar, lleno de referencias a las partes genitales y con abundantes escatologías, suele ser rico, diverso, muy expresivo y lleno de humor, también. Sin pasar a la abstracción, ese lenguaje resulta sí eficaz para la comunicación diaria, y no sin matices, sea en el universo de las palabras, los acentos, los gestos físicos que en algunos casos reemplazan por completo a la palabra o les dan otro significado.
Semanas atrás, en uno de los partidos de estas eliminatorias hacia el Mundial de Sudáfrica, ante un gol del adversario pudimos ver a Maradona improvisando un agujero con el índice y el pulgar, un gesto que no necesitaba ninguna otra explicación: significaba que el gol había sido producto de la suerte.
Estamos, pues, ante una persona que habla así, y estamos ante una comunidad que entiende bien de qué se trata, es decir: no usa Maradona términos encriptados o para pocos, nada de eso.
Si este fuera en verdad el caso de Maradona, estaríamos ante una persona que se vale de un lenguaje inapropiado, que carece de un lenguaje alternativo, y que además se enorgullece de ser frontal y espontáneo y de no callarse, de modo que se pone en un brete, se expone. El resultado quedó a la vista en la explosión de vulgaridad frente a las cámaras, un desahogo que le traerá problemas.
Sí: Maradona luce por momentos pintoresco, por momentos atrevido hasta la imprudencia, por momentos sincero hasta la médula (sin doble discurso, sin diplomacia), y por momentos también exhibe un grado de desequilibrio. Como su lenguaje, Maradona es pintoresco e imprudente.
El lenguaje vulgar puede ser analizado como una vía válida de comunicación, aún en sus aspectos menos edificantes, y en conciencia de que algunos o muchos de sus aportes serán parte, en el futuro, de los diccionarios de las academias. Usado en lugares inadecuados puede convertirse en síntoma de desacartonamiento y libertad, o síntoma de limitaciones riesgosas, de incapacidad.
Diego es así, es cierto. Pero los argentinos convalidamos antes, con esa expresión, muchas de las arbitrariedades del gran boxeador Carlos Monzón, y con eso no ayudamos. Porque con menos palmadas y festejos, de los que disimulaban sus actos violentos, quizá les hubiéramos evitado a una mujer la muerte, a un ídolo la cárcel.
Nuestro análisis, por concesivo que sea con el uso de términos agresivos, no puede sino advertir que en el camino de las arbitrariedades Diego Maradona ya transitó caminos de violencia. Flaco favor le haremos a nuestro ídolo del fútbol, querido por su talento y por sus debilidades también, flaco favor si minimizamos estos tropiezos y entramos a justificar sus arbitrariedades.
Todo esto puede tener un final feliz: las disculpas sinceras al obrero, al periodista, que tiene derecho a trabajar en libertad, sin presiones. Y punto y aparte.

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