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Ingmar Bergman, uno de los cineastas más importantes del siglo XX, falleció en su casa de la isla de Faro, en el Mar Báltico. Tenía 89 años.
Por Héctor Puyo
El notable cineasta sueco Ingmar Bergman, de 89 años, falleció en la mañana del lunes en su casa de la isla de Faro, en el mar Báltico, donde se había refugiado en las tres últimas décadas.
Cineasta fundamental del siglo XX y no siempre comprendido por sus connacionales, tuvo un último brillo internacional con "Sarabanda", un filme rodado en video escrito por él y realizado por Liv Ullmann, su protagonista y ex esposa, aunque algún sitio
de internet lo consigna a él como director.
Bergman había tenido su canto del cisne en la pantalla grande en 1984 con "Fanny y Alexander", premiada con cuatro Oscar de Hollywood, entre ellos el de Mejor Película en Idioma No Inglés, y el resto del material que llegó a estas playas era para TV aunque
se vio en cines.
Por entonces prosiguió con sus trabajos de dirección teatral y durante más de dos décadas sus seguidores seguían con la esperanza de verlo volver a los sets.
Nacido el 14 de julio de 1918 en Uppsala como Ernst Ingmar Bergman, hijo de un pastor luterano, comenzó su carrera como asistente de Alf Sj”berg en "Hets" (El sádico, 1944), también libretada por él, y hacia 1950 ya daba que hablar con "Juventud divino tesoro".
Fueron dos rioplatenses, Homero Alsina Thevenet y Emir Rodríguez Monegal, quienes a mediados de la década alertaron sobre su envergadura creativa y pusieron al tanto a los popes de la revista francesa Cahiers du Cinéma, que desde el ombligo de la cultura europea determinaron su consagración.
Así llegó el premio a mejor película en el Festival de Cannes 1956 para "Sonrisas de una noche de verano", aunque ya tenía sobre sus espaldas obras como "La sed", "Música en la noche", "Un verano con Mónica", "Noche de circo" y "Una lección de amor".
Preocupado por la trascendencia del ser humano y su relación con Dios, Bergman analizó en profundidad esos temas emparentándose con directores como el danés Carl Theodor Dreyer en una tradición protestante en la que el alma y el cuerpo solían entrar en colisión.
Tras sus formidables "La fuente de la doncella" y "El séptimo sello", ubicadas en una Edad Media alejada del estereotipo de Hollywood y en las que se indagaba sobre la inocencia violada y la inevitabilidad de la muerte, enfiló hacia su famosa "trilogía".
Ya "Cuando huye el día", con un formidable Victor Sj”strom como el anciano que observa su decrepitud ante las codiciables presencias de sus parientas de ficción Ingrid Thulin y Bibi Andersson, hablaba de aquel destino inexorable.
Algo que "El mago" y "El ojo del diablo" también abarcaban aunque en un tono aparentemente más liviano.
Por fin, "Detrás de un vidrio oscuro", "Luz de invierno" y, sobre todo, "El silencio", entraban directamente en la dirección de sus angustias luteranas en pugna con la razón y lo transformaban en un filósofo tangencial de la década de los 60.
Esas obras parecían a veces lejanas en unos años muy convulsionados en la Argentina y otros países de la región, ya que por entonces las urgencias sociales eran otras.
Para complicar las cosas, la pantalla sueca -no sólo Bergman- se había caracterizado por su frontalidad para enfocar la temática sexual, lo que incluía desnudos de sus actrices y confundía a públicos no dispuestos a pensar sino a solazarse.
Esa incomprensión llevó a que "El silencio", una obra durísima y abundante en escenas de sexo, en la que Bergman redondea sus especulaciones, haya sufrido innumerables percances con la censura del abominable Ente de Calificación Cinematográfica.
El organismo, nacido durante la dictadura de Onganía y fogoneado por el catolicismo ultramontano, permitió estrenar "El silencio" con numerosos cortes y la inédita calificación de "prohibida para menores de 21 años".
Esa película marcó un antes y un después en la estética de los cuerpos en el cine, y abrió las puertas para que el maestro descansara y dirigiera su primera comedia en colores: "Ni hablar de estas mujeres", en 1964.
Aún le quedaba mucho camino por recorrer.
El notable cineasta sueco Ingmar Bergman, de 89 años, falleció en la mañana del lunes en su casa de la isla de Faro, en el mar Báltico, donde se había refugiado en las tres últimas décadas.
Cineasta fundamental del siglo XX y no siempre comprendido por sus connacionales, tuvo un último brillo internacional con "Sarabanda", un filme rodado en video escrito por él y realizado por Liv Ullmann, su protagonista y ex esposa, aunque algún sitio
de internet lo consigna a él como director.
Bergman había tenido su canto del cisne en la pantalla grande en 1984 con "Fanny y Alexander", premiada con cuatro Oscar de Hollywood, entre ellos el de Mejor Película en Idioma No Inglés, y el resto del material que llegó a estas playas era para TV aunque
se vio en cines.
Por entonces prosiguió con sus trabajos de dirección teatral y durante más de dos décadas sus seguidores seguían con la esperanza de verlo volver a los sets.
Nacido el 14 de julio de 1918 en Uppsala como Ernst Ingmar Bergman, hijo de un pastor luterano, comenzó su carrera como asistente de Alf Sj”berg en "Hets" (El sádico, 1944), también libretada por él, y hacia 1950 ya daba que hablar con "Juventud divino tesoro".
Fueron dos rioplatenses, Homero Alsina Thevenet y Emir Rodríguez Monegal, quienes a mediados de la década alertaron sobre su envergadura creativa y pusieron al tanto a los popes de la revista francesa Cahiers du Cinéma, que desde el ombligo de la cultura europea determinaron su consagración.
Así llegó el premio a mejor película en el Festival de Cannes 1956 para "Sonrisas de una noche de verano", aunque ya tenía sobre sus espaldas obras como "La sed", "Música en la noche", "Un verano con Mónica", "Noche de circo" y "Una lección de amor".
Preocupado por la trascendencia del ser humano y su relación con Dios, Bergman analizó en profundidad esos temas emparentándose con directores como el danés Carl Theodor Dreyer en una tradición protestante en la que el alma y el cuerpo solían entrar en colisión.
Tras sus formidables "La fuente de la doncella" y "El séptimo sello", ubicadas en una Edad Media alejada del estereotipo de Hollywood y en las que se indagaba sobre la inocencia violada y la inevitabilidad de la muerte, enfiló hacia su famosa "trilogía".
Ya "Cuando huye el día", con un formidable Victor Sj”strom como el anciano que observa su decrepitud ante las codiciables presencias de sus parientas de ficción Ingrid Thulin y Bibi Andersson, hablaba de aquel destino inexorable.
Algo que "El mago" y "El ojo del diablo" también abarcaban aunque en un tono aparentemente más liviano.
Por fin, "Detrás de un vidrio oscuro", "Luz de invierno" y, sobre todo, "El silencio", entraban directamente en la dirección de sus angustias luteranas en pugna con la razón y lo transformaban en un filósofo tangencial de la década de los 60.
Esas obras parecían a veces lejanas en unos años muy convulsionados en la Argentina y otros países de la región, ya que por entonces las urgencias sociales eran otras.
Para complicar las cosas, la pantalla sueca -no sólo Bergman- se había caracterizado por su frontalidad para enfocar la temática sexual, lo que incluía desnudos de sus actrices y confundía a públicos no dispuestos a pensar sino a solazarse.
Esa incomprensión llevó a que "El silencio", una obra durísima y abundante en escenas de sexo, en la que Bergman redondea sus especulaciones, haya sufrido innumerables percances con la censura del abominable Ente de Calificación Cinematográfica.
El organismo, nacido durante la dictadura de Onganía y fogoneado por el catolicismo ultramontano, permitió estrenar "El silencio" con numerosos cortes y la inédita calificación de "prohibida para menores de 21 años".
Esa película marcó un antes y un después en la estética de los cuerpos en el cine, y abrió las puertas para que el maestro descansara y dirigiera su primera comedia en colores: "Ni hablar de estas mujeres", en 1964.
Aún le quedaba mucho camino por recorrer.
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