El cortejo fúnebre con los restos del genial humorista y escritor partió desde la sala donde fueron velados hacia las calles céntricas. Los comerciantes bajaron las persianas en señal de duelo. Previo al último adiós en un cementerio privado, la caravana pasó por el estadio de Rosario Central, el club de sus amores.
Una multitud despidió hoy en Rosario los restos del dibujante y escritor Roberto Fontanarrosa, que murió ayer a los 62 años víctima de una enfermedad neurológica, en un hecho que sumió en una profunda tristeza a su ciudad natal y se propagó además a ámbitos como los del fútbol y de la literatura.
El "Negro" Fontanarrosa murió ayer por la tarde luego de luchar por más de cuatro años con una esclerosis lateral amiotrófica, que en forma acelerada fue condicionando su vida a tal punto que meses atrás debió dejar de dibujar y comenzar a utilizar una silla de ruedas.
El velatorio efectuado en una sala de barrio Pichincha fue un incesante ir y venir de personalidades tan disímiles como los dibujantes Caloi y Crist, el músico Carlos Rabinovich, vecinos anónimos, amigos, hinchas de Rosario Central y autoridades políticas y religiosas.
Y es que con Fontanarrosa se identificó tanto el fanático del fútbol como el seguidor de sus tiras humorísticas y el lector de sus cuentos y novelas.
Rosario, la ciudad donde vivió siempre, atraviesa horas de una honda y palpable tristeza en la despedida de uno de sus máximos íconos, a quien se le reconoce, además de sus talentos, haber triunfado en el mundo y no haberse ido nunca.
Fanático del fútbol y pilar fundamental de lo que se denomina "literatura de la pelota", los "canallas" de Rosario Central lo consideran con orgullo uno de ellos, pero los acérrimos rivales, los de Newell’s Old Boys, nunca lo sintieron un ajeno.
La figura de Fontanarrosa creció y se instaló gracias a su calidad como dibujante, a lo que luego agregó su literatura. De ser en principio "consumido" por los lectores futboleros, su obra fue creciendo y depurándose su estilo de cuentista hasta que logró un gran reconocimiento.
Memorable fue el discurso que cerró el Congreso de la Lengua Española, hace tres años, cuando pidió -ante la mirada entre atónita y divertida de los académicos- una amnistía para las malas palabras porque "no es lo mismo decir que una persona es tonta o zonza, que decir que es un pelotudo". Su muerte causó un gran impacto en Rosario y no hubo otro tema de conversación en la calle, los bares y los medios de comunicación.
Decenas de miles de rosarinos lo saludaron en la marcha del cortejo, que tuvo un paso obligado por el estadio de Central, y se observaron escenas altamente emotivas, como el aplauso sostenido y reiterado, el canto futbolero y las lágrimas de hombres y mujeres. El cuerpo de Fontanarrosa fue enterrado al mediodía en el cementerio Parque de la Eternidad, de Granadero Baigorria.
Ahondar en su obra sería iniciar un interminable recorrido por personajes y textos, entre los que destacan Inodoro Pereyra, el renegau, su perro Mendieta; Boggie, el aceitoso, y cuentos inolvidables como Los trenes matan a los autos, 19 de diciembre de 1971 y El mundo ha vivido equivocado.
Hoy concurrieron al velatorio y participaron del cortejo el intendente Miguel Lisfchitz y el arzobispo José Luis Mollaghan, entre miles de personas que se acercaron a confortar a Gabriela, la compañera del Negro, su hijo Franco y su mamá Rosita.
El "Negro" Fontanarrosa murió ayer por la tarde luego de luchar por más de cuatro años con una esclerosis lateral amiotrófica, que en forma acelerada fue condicionando su vida a tal punto que meses atrás debió dejar de dibujar y comenzar a utilizar una silla de ruedas.
El velatorio efectuado en una sala de barrio Pichincha fue un incesante ir y venir de personalidades tan disímiles como los dibujantes Caloi y Crist, el músico Carlos Rabinovich, vecinos anónimos, amigos, hinchas de Rosario Central y autoridades políticas y religiosas.
Y es que con Fontanarrosa se identificó tanto el fanático del fútbol como el seguidor de sus tiras humorísticas y el lector de sus cuentos y novelas.
Rosario, la ciudad donde vivió siempre, atraviesa horas de una honda y palpable tristeza en la despedida de uno de sus máximos íconos, a quien se le reconoce, además de sus talentos, haber triunfado en el mundo y no haberse ido nunca.
Fanático del fútbol y pilar fundamental de lo que se denomina "literatura de la pelota", los "canallas" de Rosario Central lo consideran con orgullo uno de ellos, pero los acérrimos rivales, los de Newell’s Old Boys, nunca lo sintieron un ajeno.
La figura de Fontanarrosa creció y se instaló gracias a su calidad como dibujante, a lo que luego agregó su literatura. De ser en principio "consumido" por los lectores futboleros, su obra fue creciendo y depurándose su estilo de cuentista hasta que logró un gran reconocimiento.
Memorable fue el discurso que cerró el Congreso de la Lengua Española, hace tres años, cuando pidió -ante la mirada entre atónita y divertida de los académicos- una amnistía para las malas palabras porque "no es lo mismo decir que una persona es tonta o zonza, que decir que es un pelotudo". Su muerte causó un gran impacto en Rosario y no hubo otro tema de conversación en la calle, los bares y los medios de comunicación.
Decenas de miles de rosarinos lo saludaron en la marcha del cortejo, que tuvo un paso obligado por el estadio de Central, y se observaron escenas altamente emotivas, como el aplauso sostenido y reiterado, el canto futbolero y las lágrimas de hombres y mujeres. El cuerpo de Fontanarrosa fue enterrado al mediodía en el cementerio Parque de la Eternidad, de Granadero Baigorria.
Ahondar en su obra sería iniciar un interminable recorrido por personajes y textos, entre los que destacan Inodoro Pereyra, el renegau, su perro Mendieta; Boggie, el aceitoso, y cuentos inolvidables como Los trenes matan a los autos, 19 de diciembre de 1971 y El mundo ha vivido equivocado.
Hoy concurrieron al velatorio y participaron del cortejo el intendente Miguel Lisfchitz y el arzobispo José Luis Mollaghan, entre miles de personas que se acercaron a confortar a Gabriela, la compañera del Negro, su hijo Franco y su mamá Rosita.
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