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lunes, 1 de mayo de 2006

ENTREVISTA A TOMAS ELOY MARTINEZ

lunes, 1 de mayo de 2006
El autor de "La novela de Perón" transita, dice, el camino de la duda: ya que ninguna historia es enteramente cierta, él inventa. Con Perón, quiso hacer —y pide perdón por la arrogancia— otro Facundo. Un personaje tan poderoso como el creado por Sarmiento. A sus 72 años, una antología de su obra descubre el juego de su vida entre la ficción y los hechos. Un fragmento del prólogo a este libro y un texto inédito.

ALBERTO AMATO.
El jueves 20 inauguró la Feria del Libro con un amargo y justificado reproche destinado al presidente Néstor Kirchner que, fiel a su estilo, decidió no ir a la apertura del gran encuentro de la cultura argentina. Amplió su atractiva teoría que afirma que el Estado argentino fue creado por los libros y no por la espada ("En la espada hemos sido unos derrotados absolutos", dijo también a Ñ). Apenas unas cuentas más en el largo rosario que Tomás Eloy Martínez hilvanó a lo largo de medio siglo de obra periodística y literaria contra el autoritarismo, los gobiernos regidos por quienes creen ser suplentes de Dios y las actitudes mezquinas de los aguateros de Dios. Parte de esa obra de medio siglo está reunida en una antología que el Fondo de Cultura Económica acaba de editar con un título inquietante La otra realidad, que define el andar cómodo y riesgoso de Tomás Eloy por ese borde de acero afilado que separa lo real de la imaginación, los hechos de la ficción. El prólogo a esa antología, diseñada y seleccionada por la brasileña Cristine Mattos, también tiene un título que le cae a pelo a Martínez, "Una poética de la incertidumbre". El autor, chocho.

Todavía luce sin demasiados tapujos las huellas frescas de una operación que prometió describir en una próxima novela y que debió estar destinada a uno de sus personajes, y con secuelas leves de una enfermedad de la que sólo autoriza a decir que fue inesperada ("Pero a vos, en off te cuento todo. El 15 de enero a las cuatro de la tarde, estaba en mi casa...", dicta con la precisión despiadada del oficio, como si hablara de otro)

- —¿Qué significa esta antología de sus obras en este momento tan especial de su vida?
- —Hace poco más de una semana, en una cena que tuvimos con Carlos Fuentes en Boston, yo le comentaba el efecto que una antología produce sobre un autor y sobre los lectores. Le recordaba que en 1947 Viking Press publica una antología que se llamaba The Portable Faulkner en donde por primera vez los lectores americanos toman una visión de lo que significa la complejidad y la dirección de una obra. Faulkner era un autor minoritario que vendía tres mil o tres mil quinientos ejemplares. La literatura, y la escritura en general, opera con elementos que pertenecen a los más hondo del inconsciente y que salen a la luz sin que lo adviertas. Es un retrato secreto de tu propio ser. Y no sólo de aquello que quisiste ver en el mundo, sino también de aquello que fuiste en el mundo. Aquí, por primera vez advertí una línea de trabajo que no es aquella en lo que yo siempre había creído. Siempre, deliberadamente, trabajé sobre los bordes entre la ficción y la realidad, y sobre la fragilidad de esos bordes que se me dieron a cada paso desde la infancia. Pero la prologuista, Cristine Mattos, que hizo una tesis doctoral sobre mis libros, advierte, y tiene mucha razón, que mi obra está encaramada, o fijada sobre un eje que es la duda. Mi nombre propio significa duda. Tomás es el que duda en los Evangelios. Por lo tanto, la obra está organizada sobre la duda.

- —Ella habla de una "poética de la incertidumbre".
- —Todo es incerteza. De ahí mi oposición violenta a las verdades absolutas, a los absolutismos, a los autoritarismos, a todo aquello que significa una forma de cercenamiento a la libertad del hombre. Siempre sostengo que mi obra es producto de una cierta contaminación con la realidad. En realidad la literatura es sólo una manera de ver el ser y una manera de verte en el ser. ¿Que implica esta antología? Implica como un final del camino, pero también un principio.

- —Aun detrás de un vidrio oscuro usted ha retratado varias décadas de la historia Argentina. ¿Qué país cree que le tocó reflejar?
- —Cuando publiqué El vuelo de la reina en Alemania, un crítico alemán escribió que yo estaba completando el retrato de la Argentina. Si la ves de ese modo, ha sido toda una historia del siglo XX, con Perón y sus orígenes, luego con Eva, luego con los ramalazos de la dictadura militar que ya aparecen en La mano del amo, luego con el menemismo en El vuelo de la reina, que es un retrato de la corrupción, y también luego con la confusión general de los cinco presidentes en los diez días finales del 2001, en El cantor de tango. Sí, es un retrato del país. El gran ausente en ese retrato es la dictadura.



La Arcadia argentina



- —Una Argentina violenta retratada, tal vez, sin violencia.
- —Es que empieza siendo una Argentina muy próspera. La Argentina que tenemos desde 1880 aproximadamente hasta 1930, era una Argentina con unos cimientos muy, muy sólidos, cuya base está en la educación obligatoria, laica y gratuita instaurada por Sarmiento que tiene efectos revolucionarios sobre la vida del país. Sarmiento sostenía: "La educación es la democracia" porque permite a todo el mundo ascender y tener igualdad de posibilidades. Eso crea de pronto, y de una manera muy inesperada, el enorme colchón de la clase media. Y hace que se exporte la cultura argentina, a través de revistas y libros por toda América latina. Toda América latina se educa a través de la Argentina hasta los años 40 largos. Claro, esto se interrumpe con el golpe militar de 1930. Uriburu, que era un completo burro, (Yrigoyen ya estaba en declinación) frena ese proceso de crecimiento en el que la Argentina logra ser el cuarto país del mundo. Eramos un país lleno de posibilidades. Y muchos elementos de ese país que fuimos y que añoramos, sí están narrados en mis novelas. Pero al mismo tiempo está la simiente de la violencia engendrada por el autoritarismo que se instala con Uriburu, que luego se encarna en la violencia poderosa del GOU, del golpe del 43, con la educación religiosa remachada en las escuelas y con el hecho central de que Perón, que no había tenido un hogar propio y su único hogar había sido el cuartel, quería hacer de la Argentina un gran cuartel, aun con las mejores intenciones. Logra resolver muchos de los problemas de justicia social que venían atrasados en el país, pero al mismo tiempo crea un autoritarismo de partido único, de sindicato único, de silenciamiento de la prensa. Conocí muy bien a Perón. Hablé con él muchas horas. Y discutimos de todo esto. El era enormemente inteligente, muy hábil. Había leído mucho en la vida, mayormente historia militar. Pero también lecturas de orden político valioso y de comprensión de la geopolítica y de los grandes movimientos que se estaban gestando en el mundo. El sobre todo fue un testigo, o decía que lo era, no sé hasta qué punto lo fue. Por ejemplo, me cuenta una vez que él salva al Che Guevara del servicio militar. "Pero escuchemé, General —le dije— usted era presidente de la Nación ¿Cómo iba a salvar a un desertor…?" El inventaba historias, Perón tenía una enorme imaginación. También Perón fue un maestro de la incertidumbre.



La obsesión con Perón



- —Perón y el peronismo han sido una pasión y una obsesión en su vida literaria, y no literaria. Y usted no es peronista.
- —Yo nací en un hogar antiperonista. La línea paterna de mi familia era conservadora, la línea materna de mi familia era radical; por lo tanto Perón y Eva no eran bien queridos en mi casa. Y yo tenía un enorme desinterés por la política, hasta que el periodismo empieza a empujarme hacia la comprensión de la política. En el año 66 voy a España a ver cómo ha quedado ese país después de treinta años del estallido de la Guerra Civil enviado por Primera Plana. En ese momento de la revista me mandan un telegrama en el que me dicen que hay golpe militar en Argentina y que trate de entrevistar a Perón. Perón me recibe durante tres horas y hablamos largamente; hablamos de Onganía, hablamos de Illia, él justifica el golpe, lo defiende, lo prohíja. Un mes después se da vuelta totalmente, claro. A partir de ahí empieza a interesarme Perón como figura, como personaje, más que como marca política. Es a partir de las personas que me empieza a interesar la política. O si querés, a partir de una frase de López Rega, que me impresiona mucho: caminando un día por la Gran Vía, en 1968, López Rega me dice: "¿Vos con quién querés estar? ¿Con la masa o con los que amasan?" Yo tomé clara conciencia entonces de lo que significaba la injusticia del poder, de lo que significaba el uso y los usos del poder.

- —¿Y en qué momento, y cómo, empieza a transitar ese territorio que le es tan cómodo y que bordea la realidad y la imaginación, la ficción y la verdad?
- —En una época descubrí de qué modo el relato de la incertidumbre, sin faltar a la verdad, tocaba el borde de lo literario, el borde de lo imaginario. Voy a visitar a Saint-John Perse, el gran poeta francés. Hablamos largamente de poesía, de su visita a la Argentina, de su encuentro con Victoria Ocampo, de sus discusiones con Borges sobre la poesía en general. El tenía una casa muy deslumbradora en una península, en Giens, al sur de la Provence. Y la casa estaba en la punta de la península. Su dormitorio era como una especie de arco enorme, todo lleno de vidrios, que daba al mar, que se veía desde los cuatro lados. Y la tarde empezó a caer y él empezó a desaparecer en la cama, lo que se veía era solamente su voz. El mero relato de esa historia parecía un cuento fantástico. Así empecé a descubrir los bordes entre la realidad y la ficción, y que podías contar sin mentir. Ahora, claro, en los textos periodísticos yo nunca miento. Hay un problema ético en todo esto. Si caminás sobre el borde, no podés engañar al lector. Cuando yo digo: "Este texto es una novela" no tiene que creerse una sola palabra de lo escrito allí. Es el caso de Santa Evita, por ejemplo. Yo me dije "Se ha contado todo sobre Evita. ¿Qué no se ha contado y por lo tanto puede ser inventado?" Y pensé en la gran manifestación del 22 de agosto de 1951, cuando delante de dos millones de personas se desarrolla un drama que no se ve. Porque hay cuarenta y cinco minutos en los que nadie sabe nada de Eva, porque Eva no está. Y no se sabe dónde está. Nunca, en ningún texto biográfico, se explicó adónde estuvo Eva, nadie lo supo. Yo inventé todo lo que pasó en ese lapso.



Sarmiento y Facundo



- —¿No había otra manera de contar a Perón y a Eva si no con los recursos de la imaginación?
- —Bueno, hubiera podido elegir la biografía. Es otro tipo de recurso. Hay una excelente e inmejorable biografía de Perón escrita por Joseph Page. Hay una excelente biografía de Eva escrita por Marysa Navarro. Pero yo no quería hacer eso. En verdad mi reto con Perón, y disculpáme la arrogancia, era repetir la experiencia de Sarmiento con Facundo en el 45. Perón había intentado construirse un monumento a través de unas memorias de las cuales yo fui vehículo, porque me dictó esas memorias y las publiqué tal cual, sin desviar nada, como corresponde a un periodista, en la revista Panorama. Me dije, bueno si un personaje tiene la libertad de construir su biografía como mejor le parece, un novelista tiene la potestad de construir la imagen de ese hombre tal como le parece que es. Y eso es lo que hizo Sarmiento. Facundo era un tipo bien educado, que bailaba muy bien, según parece; era de una enorme galantería con las damas, dejó un muy buen recuerdo en Tucumán, en La Rioja. Y claro, esa figura de hiena, de leopardo, de león salvaje que Sarmiento crea prevalece en la imaginación de los argentinos por sobre la del Facundo real.

- —¿Esa fue su intención con Perón y Eva Perón?
- —No. Lo que yo quise es mostrar el Perón que yo vi, el Perón con agachadas, el Perón formado por la escuela militar, el Perón abandonado por los padres, el Perón maltratado en el Colegio Militar, el Perón que participa en La Forestal, el Perón que participa en la Semana Trágica, el Perón que participa en todos los golpes militares desde el año 30 en adelante, o porque se hacen contra él o porque él los hace. Y porque es de algún modo la simiente del autoritarismo argentino. De algún modo Perón condiciona, moldea, querámoslo o no, nuestras vidas.

- —¿Qué piensa hoy del peronismo?
- —Ahora se lo usa y de su ideología queda muy poco. Las tres bases del peronismo eran justicia social, independencia económica y soberanía política y de eso queda poco. El peronismo me parece profundamente respetable porque creo que es una especie de voluntad, o de vocación, o de deseo, o de necesidad de justicia en los argentinos más sumergidos. Y, de algún modo, el recuerdo remoto de una época en la que recibieron dádivas como una forma de felicidad.

- —Ese andar tan cómodo entre realidad y ficción parece ser incluso un refugio para usted.
- —La realidad es siempre inconvincente. Y cualquier cosa borra la realidad. No creo que haya verdades absolutas. Nada es completamente cierto. Creo en las cosas concretas. Pero creo también que el hombre, para sobrevivir, se aferra a creencias, que son sus certezas. Y de esas certezas nacen los resentimientos, los odios, los desencuentros. Yo trato de ponerme siempre en el lugar del otro. Hemos comprendido tan poco a lo otro durante toda la historia de la humanidad. Y sobre todo nos hemos sublevado contra lo otro, porque hemos sentido que eso otro, o ese otro, ponía en riesgo nuestra estabilidad. El fundamentalismo religioso se alimenta de eso.

- —Su antología se cierra con una profunda reflexión sobre la muerte, contada a través de una historia. Es un brillante relato periodístico. La protagonista de la historia, que abraza la tesis de Marguerite Yourcenar de morir con los ojos abiertos, le dice en un momento: "Casi todos los hombres imaginan la muerte con temor salvo aquellos que la esperan". ¿En qué bando cree que está usted?
- —En el de Macedonio Fernández. Somos conscientes de muy pocos tránsitos en la vida. Por ejemplo no tenemos ninguna conciencia ni idea de ese tránsito central que es nacer. En el momento en que nacemos y empezamos a ser personas, al parecer con un inmenso dolor, no tenemos mucha idea de qué sucede. El único tránsito que se puede advertir es el de la muerte. Macedonio solía decir que esperaba la muerte con una enorme curiosidad. Había oído decir tantas cosas, que el paso hacia el otro lado le parecía un descubrimiento, un hallazgo. Probablemente del otro lado no haya nada. Los creyentes suponen que hay un mundo mejor. Ojalá tengan razón.

- —Ya estamos, otra vez, a caballo entre la imaginación y la realidad.
- —Conté más de una vez cómo descubrí el poder de la imaginación. Yo tenía nueve años y era muy enamoradizo. Me daba mucha vergüenza, pero… un buen día, unos compañeros de colegio me hablan de un circo maravilloso que había llegado a Tucumán y que estaba en una zona prohibida, según mis padres. En esa época pasábamos la mayor parte de los veranos y principios del otoño en los cerros, porque Tucumán es muy caliente. Después de la escuela iba a tomar la leche, como decíamos entonces, a la casa de mi abuela que vivía en el centro de la ciudad. Y después, como a las cinco de la tarde me pasaban a buscar mis viejos y me llevaban al cerro. Me escapo al circo con la idea de ir, mirar y volver a tiempo. Pero llego y me enamoro instantáneamente de una chica, una flaquita, que con unas alas de mariposa andaba arriba de un caballo; una ecuyere se llamaba entonces. A la salida había un montón de puestos de gitanos vendiendo micas para el amor, micas para curar las enfermedades, piedras sagradas para hacerte levitar. Mi sueño era, al salir, comprar un poco de mica y mostrársela a la chica, a ver si se enamoraba de mí. Pero el pregonero del circo anunció que al final del espectáculo se iba a representar una obra de teatro, La tísica, de Belisario Roldán, que iba a protagonizar esa chica. Después me enteré que no había una obra que se llamara La tísica y menos de Belisario Roldán. Yo dije: "Me quedo a verla", no tenía demasiada conciencia de la hora. Pensaba que iba a durar hasta las cinco. Duró hasta las siete. Cuando salí, mis padres me estaban buscando por todos los hospitales. Entonces me pusieron un mes de penitencia. Me prohibieron hacer lo que más me gustaba: ir al cine y leer. Di vueltas y vueltas y vueltas, especulando sobre qué hacer, hasta que dije: "Si no puedo leer, me voy a escribir un libro yo." Y escribí mi primer cuento. Al lado de mi casa vivía un viejo que siempre me mostraba estampillas. Entonces inventé la historia de un chico que, para vengarse del castigo de sus padres, se mete dentro de una estampilla y empieza a recorrer el mundo y a ver cosas que nadie ha visto. Metí ahí todo lo que había leído hasta entonces, me lo contaba a mí mismo. Cuando le mostré el cuento a mi madre, me dijo: "A vos, es más peligroso dejarte imaginar que dejarte leer", y me levantó la penitencia. Así que también descubrí que imaginar tenía premio.


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