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viernes, 14 de abril de 2006

Enviado por Alicia Farias (Distribuye “Movimiento Causa Popular-Cordoba”)

viernes, 14 de abril de 2006

¿ MAQUIAVELO O JOSÉ HERNÁNDEZ?

por Roberto A. Ferrero

Hace unos años, sus habitantes reivHndicaban la autonomía de la Costa de Mosquitia contra el gobierno sandinista de Nicaragua; después, rubios etnopopulistas bien financiados empujaban a los mapuches a constituir un Estado separado; meses atrás, empresarios y políticos de Santa Cruz de la Sierra amenazaban con segregarse de Bolivia y, hace unos días, la prensa daba cuenta de un movimiento separatista en la rica y petrolera región del Zulia, en la Venezuela chavista. Balcanización, que le dicen...

Esta estrategia imperial –así llamada por referencia a la deseada pero siempre imposible unión de los pequeños países de la península Balcánica- es en realidad una aplicación práctica de aquel adagio que acuñó Maquiavelo pero que tiene una praxis tan antigua como antigua es la política: “Divide et impera”. Los romanos fueron maestros para aplicarla en el proceso de creación del Imperio, y los bizantinos la usaron a la defensiva –diplomacia, sobornos, seducción- para retrasar su inevitable fin, que terminó por darse en 1453.

Los latinoamericanos conocemos bien los intentos balcanizadores, ahora de Estados Unidos, pero mucho antes de Inglaterra, no obstante la extraña negativa de los hechos de parte del historiador argentino-yanky Tulio Halperín Donghi. En efecto, dice el prestigioso académico de Berkeley: “...cada vez que una organización política en unidades más vastas pareció posible, ésta contó con el beneplácito británico” (¡) ¿Y la división artificial que condujo en 1947 a la división de Pakistán y la India, fomentada por el ocupante inglés? ¿Y los esfuerzos continuados para dividir y enfrentar a los pueblos de Hispanoamérica? Ellos son muchos y desmienten a Halperín Donghi: Gran Bretaña, mediante las intrigas diplomáticas de George Canning y Lord Ponsomby, habían logrado hacer del Uruguay un estado independiente en 1830, contrariando la voluntad argentinista de los orientales. Y en el mismo año, en el norte del subcontinente, es notorio que varios navíos de la flota inglesa del Almirante Charles Fleming “habían ayudado a Venezuela a separarse de la Gran Colombia”, la más querida creación de Bolívar. En Brasil –detrás del cual siempre ha estado Inglaterra- el Emperador Pedro I, al despachar a Europa, también en 1830, a su Ministro plenipotenciario, el Marqués de Santo Amaro, le indicaba en sus Instrucciones secretas que “debía trabajar para evitar que las repúblicas ya independientes se confederasen o entablasen algún tipo de concertación entre si”. En Centro América, la “pérfida Albión” no sólo despojó a sus países de los territorios de Belice (hoy “nación soberana”) y Mosquitia –esta última recién devuelta en 1893- sino que su Cónsul General Frederick Chatfield se convirtió a partir de 1838 en “enemigo formidable de la Unión Centroamericana”, según el historiador hondureño Mario Rodríguez. En nuestros lares, fue el Cónsul inglés en Montevideo, Samuel Hood, quien empujó a Rosas a aliarse al conservador chileno Portales en 1837 para desbaratar mediante la violencia armada la Confederación Peruano-boliviana, tentativa de reconstrucción parcial de la unidad perdida que intentaba el Mariscal Santa Cruz, con la intriga fútil de haberse descubierto una correspondencia secreta entre el Libertador boliviano y los emigrados antirrosistas en el Uruguay. En 1848, los ingleses –según informaba el estadounidense Benjamín Shields a su gobierno- estaban planeando separar de Venezuela a las provincias de Cumaná, Barcelona, Guayana y Trinidad, en las cuales predominaba la etnia africana, para “tallarse un imperio negro”, que les estaría naturalmente subordinado.
El autor de la maciza “Historia Contemporánea de América Latina” parece ignorar, por otra parte, las instrucciones expresamente balcanizadoras y amenazantes dadas por Lord Canning al agente inglés al Congreso de Panamá, Mr. Edward J. Dawkins: debería hacer saber a los congresistas hispanoamericanos que la determinación británica de defender la observación de sus leyes marítimas “así como no ha sido desbaratada por confederaciones europeas, tampoco será alterada por ninguna resolución de los Estados del Nuevo Mundo”.

De manera que a Maquiavelo y su “Divide et impera”, los latinoamericanos debemos oponer a José Hernández y su gran mandato geopolítico: “Los hermanos sean unidos”.

Aparecido en “La Voz del Interior” de Córdoba del 26/03/2006
(Distribuye “Movimiento Causa Popular-Cordoba”)

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