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domingo, 26 de marzo de 2006

EL AUGE DE LA RENOVACION CARISMATICA

domingo, 26 de marzo de 2006
Cuando la fe se vive como una fiesta del espíritu
Cada vez son más los que asisten a las efusivas ceremonias carismáticas y buscan la sanación espiritual y física

Brazos abiertos. Manos extendidas. Cánticos fervorosos. Expresiones verbales con frecuencia inentendibles. Liberación de malos espíritus. Imposición de manos en la cabeza o los hombros. Sanación espiritual y, a veces, física, dicen. Hasta algún desmayo. Son los signos más visibles —y característicos— de las efusivas celebraciones de la Renovación Carismática, un movimiento tendiente a revalorizar la presencia del Espíritu Santo y sus dones para la superación espiritual de los fieles, que se convirtió en apenas cuatro décadas de vida en un verdadero boom. De hecho, es la corriente que más crece en la Iglesia católica.

Pero, además, es uno de los grupos que —a primera vista— abre más interrogantes por la fuerte apelación a la emotividad, que podría afectar —infieren algunos— la vivencia de una fe más reflexiva y madura. Una emotividad que se emparenta con las tradicionales celebraciones de las comunidades evangélicas pentecostales. Más aún: éstas prácticas forman parte de un movimiento global del mundo cristiano que favorece el diálogo ecuménico. Un movimiento que en su versión católica se fue consolidando dentro de la Iglesia con los categóricos respaldos de Juan Pablo II y Benedicto XVI.

La Renovación Carismática Católica comenzó en 1967 en los Estados Unidos "con un grupo de profesores y estudiantes universitarios, que experimentaron —se afirma en uno de sus documentos fundantes— una asombrosa renovación espiritual acompañada de la manifestación de un cierto número de 'carismas' (capacidades espirituales especiales) mencionados por san Pablo en su primera carta a los Corintios" (como el llamado "don de lenguas", el "don de profecía", el "don de sanación" o el "don de liberar de los malos espíritus" que provienen de la acción del Espíritu Santo).

En la Argentina, la primera celebración se realizó en 1969. De ella, participó el sacerdote jesuita Alberto Ibáñez Padilla —reconocido como quien trajo a estas tierras el movimiento— y 9 pastores. En 1972 ya había en el país 120 grupos carismáticos. En verdad, el crecimiento del movimiento fue incesante en todas partes desde su nacimiento. Hoy se estima que el 10 % de los católicos — a nivel mundial y nacional— son carismáticos o participaron de experiencias carismáticas. Con una organización mínima, sin estructura jerárquica, los carismáticos prefieren mostrarse como fieles que buscan redescubrir el Espíritu Santo y sus dones.

En rigor, ellos dicen que no están haciendo otra cosa más que volviendo a los primeros tiempos del cristianismo, cuando el influjo de Pentecostés estaba muy presente y las celebraciones eran más festivas. "Se rezaba de pié y con los brazos levantados", acota Ibáñez Padilla. Desde la perspectiva carismática, sus miembros no se volvieron más efusivos, sino que las celebraciones en la Iglesia se enfriaron con el paso de los siglos. Ibáñez Padilla dice que el avance de la secularización (relegamiento de la expresión religiosa) en el mundo y aún en sectores de la Iglesia contribuyeron a esa frialdad.

En ese sentido, el padre Kilian Mc Donnell, uno de los grandes referentes mundiales del movimiento, escribió ya en 1974: "En la cultura occidental, se tiende demasiado a reducir la expresión religiosa a actos de inteligencia y voluntad, y se considera inconveniente el exteriorizar los sentimientos religiosos en público, incluso moderadamente. Este intelectualismo en el culto —agregaba—, produjo una cierta esterilidad en la teología, en la predicación y en la actividad litúrgica". Pero, ¿por qué es tan importante la exteriorización para la renovación carismática?.

Ibáñez Padilla cree que la frialdad en la expresión de la fe impide una "vivencia más totalizante, ya que falta parte del ser. A Dios —dice— lo amamos con la mente y con el cuerpo y, entonces, una vivencia más totalizante puede ayudar a que, en ciertas personas, sea más profunda". E insiste: "El hecho de que haya gente que considere aburrida las misas es un problema de ellos porque todo manda a que el oficio sea alegre, gozoso", comenta. Por lo pronto, no son pocos los fieles que prefieren —¿acaso necesitan?— ceremonias más cálidas y hasta vibrantes.

Con todo, apunta Ibáñez Padilla, la clave de la Renovación Carismática pasa por "el redescubrimiento del Espíritu Santo y la fuerza que puede recibirse de él para dar un testimonio cristiano eficaz. En ese contexto —agrega—, la persona manifiesta su fe con tal vitalidad que hace testigo de ella al que tiene al lado. Eso es lo que pasa en una buena misa carismática. Allí uno pone al servicio de la comunidad sus carismas, sus dones espirituales para beneficio de los demás".

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