Condiciones de Trabajo
Cursos con cuarenta chicos, hacinados, sin ventilación, iluminación y mucho menos calefacción. Pibes apilados como animales en aulas que parecen madrigueras apestosas, achuchados, ateridos de frío y con los pies helados en las zapatillas ordinarias que los funcionarios regalan comprando voluntades y guardándose el vuelto. Mal comidos o directamente muertos de hambre, compartiendo los pisos sucios de barro y los olores que la miseria y el abandono producen en el cuerpo.
Esos cuarenta seres humanos, encerrados en aulas húmedas y descascaradas, con cables brotando de las paredes, con olor a muerte y encierro, gritan su rebeldía, agitan su bronca y estampan su impotencia contra nosotros, ultimo eslabón en la cadena del estado que los oprime y nos usa para contenerlos, para que los mantengamos controlados y no molesten en las calles, para que atajemos su bronca con el cuerpo, la garganta y los nervios.
Así trabajamos, en escondrijos feos y desagradables, metidos en el ruido ensordecedor de cuarenta chicos que están en un grito eterno de postración y olvido, que baten el parche desde que empieza hasta que termina una hora que no puede llamarse clase. Trabajamos en colegios con pozos ciegos rebalsados y olor a mierda en los pasillos, con baños tapados y paredes empapadas de orín, encerrados en aulas donde el olor a patas de pibes que no pueden bañarse porque no tienen agua, ni jabón ni ropa o calzado para cambiarse es tan agrio y penetrante, que al cabo de un rato ni se siente.
Mientras los burócratas del sindicato se pelean por el sillón, unos por no irse y otros por llegar; mientras recuentan los votos como las perlas de un tesoro robado a la ingenuidad del pueblo; mientras unos ríen satisfechos porque les tocó la mayor porción de una torta que siempre se achica y otros saborean eufóricos las migajas con que el sistema conforma a los mendicantes; mientras unos se apoltronan en el sillón y los otros esperan el desquite de la próxima elección que terminará en el sinsabor de otro fracaso; mientras unos no hacen nada porque igual ganan y otros no pueden hacer nada porque siempre pierden; mientras todo sigue igual los compañeros muestran el embate del trabajo diario en el aturdimiento mental, la dura tarea cotidiana se refleja en sus rostros sufridos y cansados, en sus cuerpos resentidos por la explotación, en el nerviosismo crónico que se apaga a fuerza de pastillas y en la impotencia de un salario miserable.
Podemos seguir siendo cómplices de los que ganan sin prometer más que miseria o de los que prometen cualquier cosa porque total pierden; podemos continuar en la comodidad de seguir las fantochadas de los progres o la fe de los iluminados; o podemos juntarnos con el compañero y ver qué hacemos nosotros mismos, sin jefes, sin dirigentes, sin militantes rentados, sin aparatos, sin cuadros profesionales. Ese ámbito de discusión es la asamblea por colegio donde participan todos, es el delegado con mandato que vive como nosotros y no el dirigente que vive de nosotros, es la federación de asambleas por distrito y no el sindicato burocrático que siempre traiciona y transa.
Podemos organizarnos en asamblea y actuar junto al compañero que tenemos al lado para defender nuestros derechos, evitar los atropellos y luchar por nuestras reivindicaciones como trabajadores que somos, o sentarnos a esperar las dádivas que consiguen los progres o los milagros que prometen los iluminados. Vos decidís.
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